Del frío ancestral al fuego eterno: El fuego que no se compra

Por: Carlos R. Ali Rodriguez | Publicado: 31 Jul 2025

En medio de leyendas del Popol Vuh, el libro sagrado de los quichés y cakchiqueles (descendientes de los mayas), se narra una historia inquietante que, más allá del mito, nos lleva a la reflexión.

Estos pueblos indígenas enfrentaron un frío insoportable que penetraba sus huesos, un frío que incluso traspasaba sus corazones. Para sobrevivir, suplicaron a sus dioses por fuego. El fuego fue concedido, pero con condiciones. Los dioses primero exigieron culto, luego sacrificios humanos.

Los quichés accedieron. Abrieron los pechos de sus prisioneros, ofrecieron corazones y derramaron sangre. Con ello encendieron sus hogueras, pero el fuego físico no trajo el calor espiritual. Por su parte, los cakchiqueles no aceptaron esas demandas crueles; en silencio, se acercaron al fuego de los quichés, robaron el fuego y lo escondieron en las montañas. Estos últimos escogieron la astucia antes que la sumisión y obediencia ciega.

Este relato va más allá del simbolismo cultural. Nos habla del alma humana, de su deseo de calor, de luz y de conexión con lo divino. Este relato lleva a preguntarnos: ¿Qué dios exige sacrificios humanos para dar fuego? ¿Qué dios exige corazones físicos para dar calor? ¿Qué pide realmente el Dios verdadero?

Un contraste divino

Estos pueblos indígenas no llegaron a escuchar las buenas nuevas que, ahora tú y yo, podemos escuchar. Estos falsos dioses que pedían toda clase de horribles sacrificios, son simplemente fuerzas espirituales de maldad que operan de esta manera desde la antigüedad.

La Biblia presenta a un Dios radicalmente distinto a los dioses del Popol Vuh. El Dios verdadero no exige corazones arrancados, sino corazones entregados. Dios no pide sacrificios humanos físicos para obtener su favor, sino sacrificios espirituales que emanan de un corazón sincero, humillado y arrepentido.

El Dios único y verdadero, en lugar de demandar la sangre humana, Él mismo se ofreció en sacrificio. El Padre Eterno envió a su único Hijo para morir en nuestro lugar, para reconciliarnos con Él, para darnos vida eterna.

16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16)

Cuando el alma humana temblaba de frío espiritual, separados de la presencia de Dios por el pecado, Dios encendió el fuego de su presencia a través del sacrificio perfecto de Jesucristo. No exigió ritos sangrientos ni penitencias extremas, sino solamente creer en Él con todo nuestro corazón.

Esos dioses falsos colocaron condiciones para darles un fuego efímero. Pero el Dios Eterno no espera que nos mutilemos para recibir su fuego purificador. El verdadero Dios, lleno de amor y misericordias, quiere que le abramos nuestro corazón y nos humillemos en su presencia. Tenemos que reconocer, con un corazón sencillo y quebrantado, que necesitamos de él.

17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmo 51:17)

El verdadero Dios no busca corazones mutilados por el dolor físico, sino corazones sinceros, quebrantados por amor. Y el fuego que Él enciende no depende del clima, ni de la violencia, ni de los sacrificios humanos. Es fuego eterno que arde en quienes se rinden a Él por convicción.

Él quiere que le ofrezcamos sacrificios agradables y puros, como la alabanza que le podemos dar al cantar y al orar. Así mismo, el hacer lo bueno y el ayudar al prójimo, también se constituyen en sacrificios agradables a Dios.

15 Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. 16 Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios. (Hebreos 13:15-16)

El fuego que no se extingue

Los quichés encendieron hogueras para calentarse, hogueras que se apagaron con el granizo. Pero el fuego que Dios ofrece no se apaga, no depende del clima ni de rituales extremos.

El fuego de Dios es el Espíritu Santo que se derrama sobre los que verdaderamente creen en Jesús. Ese fuego no se compra, sino se recibe de gracia, pues es don de Dios. Cuando se derrama el Espíritu Santo sobre nosotros, como en el día de Pentecostés, podemos recibir el don de lenguas como de fuego.

2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. (Hechos 2:2-3)

Este fuego santo es la presencia de Dios, y su presencia llena nuestros corazones. Este fuego debe permanecer encendido en nuestras vidas. Para que el fuego no se apague debemos tomar la cruz cada día y debemos alimentarnos con su santa palabra. Tal como Pablo nos exhorta, para que no caigamos en oscuridad y para que podamos permanecer calientes hasta su venida.

6 Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti… (2 Timoteo 2:6)

Este fuego no se roba ni se compra. Se recibe de gracias. Y no se guarda en cuevas, sino en corazones sencillos y quebrantados que verdaderamente creen en Jesús. Este fuego arde en nuestros corazones y no debemos dejar que se apague.

El contraste es claro: los dioses falsos exigen lo más doloroso; el Dios verdadero entrego lo más valioso. Y mientras aquellos saciaban su hambre de corazones humanos, nuestro Dios nos entregó su corazón.

Reflexión final

Hoy, miles continúan buscando el fuego espiritual en lugares fríos, siguen o realizan rituales, sacrificios, o exigencias de un dios lejano. Pero la palabra de Dios nos recuerda que no es el dolor lo que salva, sino la fe puesta en Jesús que murió por nosotros.

25 El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (Juan 11:25)

¿Tiemblas de frío espiritual? Acércate al fuego que no se apaga. No por obligación, sino por amor. No por miedo, sino por gracia. Que el fuego de Dios en Cristo Jesús arda en tu vida y nunca se apague.  

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