Durante seis mil años de historia civilizada, el ser humano ha practicado o ha propuesto miles de formas de llegar al cielo, miles de maneras de alcanzar la gloria eterna. Algunas están basadas en sacrificios extremos, ayunos intensos, flagelaciones, votos de pobreza, encierros en celdas de monasterios y dolor autoimpuesto.
En esta oportunidad, quiero compartirte la historia real de Beato Lorenzo “el Coracero”, un hombre que encarna ese deseo ferviente por alcanzar la salvación y el perdón de pecados a través del sufrimiento. Pero ¿acaso el dolor salva? ¿Es ese el camino que Dios ha trazado para el hombre? ¿Es ese el camino que nos lleva a la vida eterna? En este episodio lo examinaremos a la luz de la palabra de Dios.
Una vida de auto sufrimiento
La historia de Beato Lorenzo se sitúa en el siglo XIII, solo se conoce que murió en el año 1243. Cómo muchos jóvenes de la época, se preparaba para ser un soldado. Pero su vida cambiaría radicalmente por una tragedia. Siendo joven, mató accidentalmente a otro hombre. Este hecho lo marcó profundamente y lo llevó a emprender un camino de penitencia radical.
En busca de expiación por su pecado, realizó una larga peregrinación. Luego, para abandonar el mundo, ingreso a un convento en Subiaco (Italia), donde paso 33 años de soledad viviendo en una cueva. Durante todos esos años se dedicó a llevar una vida de austeridad, mortificando su cuerpo a través de prácticas ascéticas extremas.
Se sabe que Lorenzo recibió el apodo de “el Coracero” debido a que, como parte de su penitencia, usaba una cota de malla erizada de puntas aceradas que le herían constantemente. Esta práctica extrema simbolizaba su deseo de sufrir corporalmente para expiar su pecado y acercarse a Dios.
Su historia nos muestra que él buscaba desesperadamente el perdón de Dios mediante el dolor y el sacrificio autoimpuesto. Pero, detrás de todo el dolor que soportó ¿había esperanza en sus prácticas ascéticas? ¿a través del dolor y el sufrimiento autoimpuesto se puede alcanzar la salvación? ¿podemos ser salvos por medio de obras?
El dolor y los sacrificios autoimpuestos
Ciertamente las prácticas ascéticas no nos dan esperanza. Ni a través del dolor o sufrimiento autoimpuesto podemos recibir el perdón por nuestros pecados. Toda práctica, rito o creencia que induce a realizar este tipo de actos está lejos de lo que Dios ha establecido.
Hay quien elige el sacrificio y el castigo físico pensando que ese dolor purifica su alma y lo acerca a Dios. Piensa que mientras más sufra podrá obtener el perdón por sus pecados y podrá heredar el reino de Dios.
Pero, el sacrificio físico o el dolor autoimpuesto no son agradables a Dios. Él no quiere que vivamos de esa manera, sino, quiere que podamos quebrantarnos en el espíritu y podamos tener un corazón contrito y humillado en su presencia, y de esa manera podamos pedir perdón por nuestros pecados.
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmo 51:17).
Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y no puede ser maltratado. El templo de Dios no es un lugar de cuatro paredes, hecho de cemento, piedra, ladrillos o cualquier otro material. Nuestro cuerpo es el templo y no podemos destruirlo. Nuestro cuerpo no es para autoinflingirnos castigos, dolores o sufrimientos como forma de sacrificio para alcanzar el perdón de pecados.
19 ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6:19-20)
La salvación y la entrada al reino de los cielos
De acuerdo con la palabra de Dios, la salvación no se gana, la salvación no se compra, la salvación se recibe. No por obras, ni por penitencia, ni por votos extremos, ni por ayunos extremos, ni por castigos, ni por sufrimientos o dolores autoimpuestos, no por peregrinaciones, no por ritos o tradiciones humanas, no por filosofías o esfuerzo humano. La salvación es por la fe en Jesús quién murió por nosotros en la cruz y pago por nuestros pecados. Así, la salvación es el regalo que Dios nos da por medio de Jesús.
8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)
El dolor puede expresar arrepentimiento, pero no puede reemplazar la gracia de Dios. El camino hacia el cielo comienza colocando nuestra fe en Jesús, con un arrepentimiento sincero. En todo nuestro caminar debemos vivir en sumisión y obediencia a su palabra, perseverando en el camino hasta el fin.
Solo Jesús nos puede salvar de la condenación del pecado, porque solo Él murió por nosotros en la cruz y pago el precio. Nadie más nos puede salvar y no podemos ser salvos nuestras obras. Jesús dijo:
6 …Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)
Por falta de conocimiento de la palabra, Lorenzo buscó la salvación con esfuerzo humano. Pero, la redención, la expiación de pecados, el perdón de pecados, la salvación no se gana acostándose en clavos, azotando o golpeando el cuerpo, ni renunciando al mundo por dolor.
La salvación y el perdón de pecados se reciben a través de aceptar a Jesús como Señor y suficiente Salvador, confesando nuestros pecados y reconociendo con un corazón contrito y humillado que solo Él puede salvarnos y perdonarnos. Como Jesús dijo:
25 El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (Juan 11:25)
Así que para llegar al cielo, para heredar el reino de Dios, para vivir eternamente con Él, es importante arrepentirnos y creer en Jesús. Y creer implica confiar plenamente en Jesús. Creer implica someternos a la voluntad de Dios y ser obedientes a su palabra.
El dolor no salva, sino la gracia de Dios manifestado en Jesús, quien murió por nosotros en la cruz y, por tanto, es el autor y consumador de nuestra fe, el sacrificio perfecto que pagó por nuestros pecados; y solo por Él podremos heredar el reino de los cielos. Que Dios en Cristo Jesús te bendiga.